miércoles, 31 de octubre de 2012

Si me llamaras, sí

Public Defender on Telephone, por Dorothea Lang ©1955
¡Si me llamaras, sí,
si me llamaras!

Lo dejaría todo,
todo lo tiraría:
los precios, los catálogos,
el azul del océano en los mapas,
los días y sus noches,
los telegramas viejos
y un amor.
Tú, que no eres mi amor,
¡si me llamaras!
Y aún espero tu voz:
telescopios abajo,
desde la estrella,
por espejos, por túneles,
por los años bisiestos
puede venir. No sé por dónde.
Desde el prodigio, siempre.
Porque si tú me llamas
-¡si me llamaras, sí, si me llamaras!-
será desde un milagro,
incógnito, sin verlo.

Nunca desde los labios que te beso,
nunca desde a voz que dice:
“No te vayas.”

Pedro Salinas, 1933

Versión musical de Vicente Monera.

viernes, 26 de octubre de 2012

Ojos claros, serenos

La niña Afgana, por Steve McCurry © 1984 (el original es en color).

Ojos claros, serenos,
Si de un dulce mirar sois alabados,
¿Por qué, si me miráis, miráis airados?
Si cuanto más piadosos,
Más bellos parecéis a aquel que os mira,
No me miréis con ira,
Porque no parezcáis menos hermosos.
¡Ay tormentos rabiosos!
Ojos claros, serenos,
Ya que así me miráis, miradme al menos.

 Gutierre de Cetina, h. 1550
Versión dirigida por Jordi Savall de la musicación que compusiese Fco. Guerrero y que fuese incluida en el Cancionero de Medinaceli

martes, 23 de octubre de 2012

Desde que tú me miraste

Retrato de la serie The American West, por Richard Avedon

Fotograma de Cautivo del deseo.
Los ojos de Bette Davis, de los que nace una mirada ya legendaria. ¿Conoces la canción?



Desde que tú me miraste
tan solo tus ojos veo:
o es que los demás no existen
o es que me dejaste ciego.




Manuel Amor Meilán, 1902

miércoles, 10 de octubre de 2012

Historia

Zaguán, por Sara Facio. (La fotografía del icono es del libro 
Foto del escritor, también de esta artista).
Esta artista chilena ha creado diversas obras
pictóricas sobre cronopios. Descúbrelas en su galería.
Un cronopio pequeñito buscaba la llave de la puerta de calle en la mesa de luz, la mesa de luz en en dormitorio, el dormitorio en la casa, la casa en la calle. Aquí se detenía el cronopio, pues para salir a la calle precisaba la llave de la puerta.

Julio Cortázar, 1962

 
"Canción del cronopio", tema incluido en el álbum Fin de semana salvaje, del grupo argentino de funk punk Los Brujos.

lunes, 8 de octubre de 2012

Inventario del insomne 1

México, por Henri Cartier-Bresson © 1964


Cuando me paro a hablar de mí conmigo
oigo el hondo vacío del pasado:
una llave de plomo cae al agua.
Y si quiero cifrar en la memoria
una sola presencia permanente
en la niebla confusa de mi vida,
allí apareces tú, la más sombría,
la que nunca se entrega, la que huye.
La que arroja la llave
y, cerrando unas puertas invisibles,
me condena a vivir entre estos muros,
oyéndome mi voz, la que me dicta
lo que nunca seré, la equivocada
travesía de mí conmigo mismo.
Felipe Benítez Reyes, 1996






Eneko y Gareta, en su álbum El primer signo, incluyen este tema rapero de título homónimo al del poema de Benítez Reyes. Con todo, no se trata de una versión musicada del mismo.

viernes, 5 de octubre de 2012

Una pasionaria para Dolores

Pasionaria y Alberti, elegidos diputados comunistas en el hemiciclo, por M.Flórez 


¿Quién no la mira? Es de la entraña
del pueblo cántabro y minera.
Tan hermosa como si uniera
tierra y cielo de toda España.

¿Quién no la escucha? De los llanos
sube su voz hasta las cumbres,
y son los hombres más hermanos
y más altas las muchedumbres.

¿Quién no la sigue? Nunca al viento
dio una bandera más pasión
ni ardió más grande un corazón
al par de un mismo pensamiento.

¿Quién no la quiere? No es la hermana,
la novia ni la compañera.
Es algo más: la clase obrera,
madre del sol de la mañana.


Rafael Alberti

Ayer te besé en los labios

El beso del Hotel de Ville, por Robert Doisneau © 1950
Ayer te besé en los labios.
Te besé en los labios. Densos,
rojos. Fue un beso tan corto,
que duró más que un relámpago,
que un milagro, más.
                                          El tiempo
después de dártelo
no lo quise para nada ya,
para nada
lo había querido antes.
Se empezó, se acabó en él.

Hoy estoy besando un beso;
estoy solo con mis labios.
Los pongo
no en tu boca, no, ya no…
-¿Adónde se me ha escapado?-.
Los pongo
en el beso que te di
ayer, en las bocas juntas
del beso que se besaron.
Y dura este beso más
que el silencio, que la luz.
Porque ya no es una carne
ni una boca lo que beso,
que se escapa, que me huye.
No.
Te estoy besando más lejos.


Pedro Salinas, 1933

lunes, 1 de octubre de 2012

El cartero de Neruda

Ola, por Jnj © 2010
—¡Metáforas, hombre!
—¿Qué son esas cosas?
El poeta puso una mano sobre el hombro del muchacho.
—Para aclarártelo más o menos imprecisamente, son modos de decir
una cosa comparándola con otra.
—Deme un ejemplo.
Neruda miró su reloj y suspiró.
—Bueno, cuando tú dices que el cielo está llorando. ¿Qué es lo que
quieres decir?
—¡Qué fácil! Que está lloviendo, pu’.
—Bueno, eso es una metáfora.
—Y ¿por qué, si es una cosa tan fácil, se llama tan complicado? -Porque los nombres no tienen nada que ver con la simplicidad o complicidad de las cosas. Según tu teoría, una cosa chica que vuela no debiera tener un nombre tan largo como mariposa. Piensa que elefante tiene la misma cantidad de letras que mariposa y es mucho más grande y no vuela —concluyó Neruda exhausto. Con un resto de ánimo, le indicó a Mario el rumbo hacia la caleta. Pero el cartero tuvo la prestancia de decir:
—¡P’tas que me gustaría ser poeta!
—¡Hombre! En Chile todos son poetas. Es más original que sigas siendo cartero. Por lo menos caminas mucho y no engordas. En Chile todos los poetas somos guatones.
Neruda retomó la manilla de la puerta, y se disponía a entrar, cuando Mario mirando el vuelo de un pájaro invisible, dijo:
—Es que si fuera poeta podría decir lo que quiero.
—¿Y qué es lo que quieres decir?
—Bueno, ése es justamente el problema. Que como no soy poeta, no puedo decirlo.
El vate se apretó las cejas sobre el tabique de la nariz.
—¿Mario?
—¿Don Pablo?
—Voy a despedirme y a cerrar la puerta.
—Sí, don Pablo.
—Hasta mañana.
—Hasta mañana.
Neruda detuvo la mirada sobre el resto de las cartas, y luego entreabrió el portón. El cartero estudiaba las nubes con los brazos cruzados sobre el pecho. Vino hasta su lado y le picoteó el hombro con un dedo. Sin deshacer su postura, el muchacho se lo quedó mirando.
—Volví a abrir, porque sospechaba que seguías aquí.
—Es que me quedé pensando.
Neruda apretó los dedos en el codo del cartero, y lo fue conduciendo con firmeza hacia el farol donde había estacionado la bicicleta.
—¿Y para pensar te quedas sentado? Si quieres ser poeta, comienza por pensar caminando. ¿O eres como John Wayne, que no podía caminar y mascar chiclets al mismo tiempo? Ahora te vas a la caleta por la playa y, mientras observas el movimiento del mar, puedes ir inventando metáforas.
—¡Deme un ejemplo!
—Mira este poema: «Aquí en la Isla, el mar, y cuánto mar. Se sale de sí mismo a cada rato. Dice que sí, que no, que no. Dice que sí, en azul, en espuma, en galope. Dice que no, que no. No puede estarse quieto. Me llamo mar, repite pegando en una piedra sin lograr convencerla.
Entonces con siete lenguas verdes, de siete tigres verdes, de siete perros verdes, de siete mares verdes, la recorre, la besa, la humedece, y se golpea el pecho repitiendo su nombre». Hizo una pausa satisfecho. ¿Qué te parece?
—Raro.
—«Raro.» ¡Qué crítico más severo que eres!
—No, don Pablo. Raro no lo es el poema. Raro es como yo me sentía cuando usted recitaba el poema.
—Querido Mario, a ver si te desenredas un poco, porque no puedo pasar toda la mañana disfrutando de tu charla.
—¿Cómo se lo explicara? Cuando usted decía el poema, las palabras iban de acá pa’llá.
—¡Como el mar, pues!
—Sí, pues, se movían igual que el mar.
—Eso es el ritmo.
—Y me sentí raro, porque con tanto movimiento me marié.
—Te mareaste.
—¡Claro! Yo iba como un barco temblando en sus palabras.
Los párpados del poeta se despegaron lentamente.
—«Como un barco temblando en mis palabras.»
—¡Claro!
—¿Sabes lo que has hecho, Mario?
—¿Qué?
—Una metáfora.
—Pero no vale, porque me salió de pura casualidad, no más.
—No hay imagen que no sea casual, hijo.
Mario se llevó la mano al corazón, y quiso controlar un aleteo desaforado que le había subido hasta la lengua y que pugnaba por estallar entre sus dientes. Detuvo la caminata, y con un dedo impertinente manipulado a centímetros de la nariz de su emérito cliente, dijo:
—Usted cree que todo el mundo, quiero decir todo el mundo, con el viento, los mares, los árboles, las montañas, el fuego, los animales, las casas, los desiertos, las lluvias…
—… ahora ya puedes decir «etcétera».
—… ¡los etcéteras! ¿Usted cree que el mundo entero es la metáfora de algo?
Neruda abrió la boca, y su robusta barbilla pareció desprendérsele del rostro.
—¿Es una huevada lo que le pregunté, don Pablo?
—No, hombre, no.
—Es que se le puso una cara tan rara.
—No, lo que sucede es que me quedé pensando.

                Antonio Skármeta, 1986

Haz clic en la imagen para enlazar con la escena en la playa del filme El cartero (y Pablo Neruda), de Michael Radford, correspondiente al momento argumental del fragmento de la lectura: el descubrimiento de las metáforas, por parte de Mario.